Una idea poderosa
Entre los motivos más frecuentes de estrés en la vida de los profesores nos encontramos con los comportamientos verbales de los alumnos, pero mucho más con los comportamientos no verbales: resoplidos, remolonear o hacer algo a cámara lenta, miradas al vacío o al techo, masticar chicle como una llama andina con caries... El autor describe este tipo de comportamientos como “secundarios”: aparecen cuando a un alumno le hablamos de algún comportamiento primario. Por ejemplo, una profesora se acerca a una alumna que no ha recogido su mesa y le recuerda que debe hacerlo antes de que suene el timbre. La alumna le contesta: “De acuerdo, de acuerdo...” pero suspira, se balancea en su silla y mira al techo, como si estuviera diciendo: “Ya estamos otra vez, qué pesada, bla, bla, bla”.
Este tipo de comportamientos secundarios, como hemos dicho, son a menudo mucho más molestos para los profesores que los comportamientos primarios que los disparan. Y sin embargo es fundamental diferenciarlos, porque el comportamiento primario es el que queremos modificar, y el secundario es muchas veces una llamada de atención, un anzuelo en el que no debemos picar. Es importante que apliquemos nuestras fuerzas a rectificar los primarios, que son los que repercuten en el aprendizaje del alumno.
Un lenguaje social
Los comportamientos secundarios también son un lenguaje de los alumnos no hacia nosotros, sus profesores, sino hacia sus compañeros. Por eso es importante que le dediquemos una planificación pensada y cuidadosa, no dejándonos llevar por la emoción del momento. Bill Rogers defiende que si la clase percibe que no caemos en las provocaciones, y respondemos con firmeza pero con calma, el comportamiento secundario conseguirá lo contrario de lo que se proponía. Un ejemplo:
La profesora observa que Jaydon está mascando chicle. Se acerca y establece contacto mirándole a los ojos:
- Buenos días.
- ¿Qué? (baja la mirada) Ah, buenos días...otra vez.
La profe pregunta acerca de cómo va contra tarea, y tiene una pequeña charla centrada en el progreso del alumno en la materia. Luego añade:
- La papelera está ahí
- ¿Qué?
- ¿Sabor tropical?
- Eh, ya...
- La papelera está ahí. Esta discreta indicación que parece accidental en parte describe la realidad (hay una papelera) e invita al alumno a conectar con su auto-consciencia de lo que está haciendo. Es como decir: “Tú sabes que yo sé que tú sabes lo que deberías hacer”.
Puede ser que entonces el alumno empiece su comportamiento secundario:
- Otros profesores no nos molestan con eso, venga...
- Quizás otros profesores no (acuerdo parcial), pero las normas de nuestra escuela son claras y la papelera está ahí.
La profesora se retira para dejar un tiempo de procesamiento al alumno. Naturalmente, éste resopla, masculla: Ya, la papelera, sí, está ahí, claro que está ahí, la papelera...
Pero la profe ignora tácticamente este comportamiento, le observa con el rabillo del ojo y cuando el alumno lleva un rato en su sitio vuelve a pasar por ahí para de nuevo centrarse en la tarea que está (o debería estar) realizando el alumno.
Tres apuntes finales
1. En alumnos muy pequeños, los niños y niñas muchas veces no son conscientes de sus comportamientos secundarios. A veces ayudará hablar con ellos individualmente al finalizar la clase para explicarles brevemente, incluso imitando ese comportamiento, y así hacerles entender que puede ser molesto.
2. Algunas veces los comportamientos secundarios son parte del hábito del alumno, que lo hace inconscientemente o porque simplemente ha tenido un mal día. Es importante que restemos importancia especialmente en estos casos para ayudar al alumno a centrarse.
El autor explica que una de las lecciones más difíciles que tuvo que aprender como profesor novato es que no podía simplemente controlar el comportamiento de otros. Los profesores no podemos decidir lo que responderá el alumno, pero sí podemos decidir cuál será nuestra respuesta. Podemos controlarnos a nosotros mismos. El grado en que controlemos conscientemente nuestro papel en el aula es el grado en el que puedo generar un clima de cooperación, de respeto o, inversamente, hacer más difíciles las cosas para todos.
En entradas posteriores iremos desgranando cada uno de estos aspectos, con estrategias concretas que nos ayudarán a ello. Pero será en las próximas entradas. Os esperamos.