Durante todas las entradas dedicadas a este libro, traduciré “Misinformation” como “información incorrecta” o "ideas equivocadas"; y “Disinformation” como “desinformación”. En esta última, según la RAE, cambia la intencionalidad: se propagan con algún fin oculto. No es lo mismo la información incorrecta que tiene un interés malintencionado, que aquella que es propagada por alguien con la buena intención de aportar, pero que a pesar de eso transmite una idea sin pruebas ni fundamentos. Esta diferencia propuesta por el libro me parece muy interesante. Muchas veces hablamos de falsas creencias o “mitos”, pero también hay propagación de ideas falsas que son auténticos timos de los que algunos sacan abundantes beneficios.
Hoy en día en muchos ámbitos de la sociedad el problema de la desinformación alcanza niveles como en ninguna época anterior. También en la educación. Nos adentramos en un libro que explora este problema y trata de ofrecer soluciones basadas en décadas de investigaciones científicas al respecto. Un texto imprescindible en un sentido doble: tanto nosotros como nuestros alumnos debemos enfrentarnos a la desinformación. Lo que hagamos a este respecto es de suma importancia.
Los autores afirman que estas ideas arraigan por tres motivos: porque corresponden a lo percibido por la intuición; porque son fácilmente comprensibles y porque ofrecen explicaciones fáciles sobre nosotros mismos (“ahora ya sé porque soy tan malo en matemáticas: porque soy auditivo”). Pero de manera insidiosa nos evitan abordar temas fundamentales en educación: ¿Por qué algunos triunfan mientras otros fracasan? Estos temas requieren soluciones complejas y a menudo costosas (por ejemplo dar acceso equitativo y oportunidades para una educación de calidad), así que el tiempo, dinero y esfuerzo pueden evitarse invocando simplemente a los zombies.
Gracias quizás a su resonancia emocional o a nuestra disposición a aceptar respuestas sencillas, estos zombies nunca mueren. En un artículo sobre las condiciones necesarias para el cambio conceptual (Sinatra, Kienhues, Hofer, 2014) se mencionan tres: un cambio conceptual, actitudinal y epistémico (entendido como un cambio en la forma de entender el propio conocimiento). Promover un cambio en un único aspecto de estos tres es complicado, pero hacerlo en los tres a la vez es un desafío enorme. Por eso, cambiar el concepto no es suficiente. A todos estos cambios dedicaremos futuras entradas.
De Bruyckere et al. (2015) proponen incluso una taxonomía para estos zombies: neuromitos sobre el aprendizaje (sólo usamos el 10% del cerebro): mitos sobre tecnología y educación (de los videojuegos únicamente se aprende violencia), y mitos sobre política educativa (la ratio no importa).
Otra característica interesante es que a menudo se agrupan en “rebaños” como se ha demostrado en varios artículos (De Bruyckere et al., 2005; Macdonald, Germine, Anderson, Christodoulou y McGrath, 2017). El análisis de Mandonald et al. prueba que los mitos se agrupan. Por ejemplo un grupo se compone de: usamos sólo el 10% del cerebro, hay aprendices de hemisferio derecho/izquierdo, y el efecto Mozart (escuchar música clásica mejora la inteligencia de los bebés). Un intento de corregir una de estas falsas creencias será un desafío porque están interconectados entre sí. Dole y Sinatra (1998) argumentan que la desinformación que está fuertemente conectada a otras ideas es mucho más difícil de desterrar.
El atractivo zombie: los estilos de aprendizaje
Como ya hemos dicho, hay tres factores principales de su atractivo: están basados en percepciones de la realidad, no la realidad; ofrecen explicaciones atractivas, intuitivamente llamativas; y ofrecen soluciones simples a problemas complejos.
Por ejemplo, muchos docentes creen en los estilos de aprendizaje porque observan, correctamente, que sus estudiantes tiene diferentes preferencias para interactuar con los materiales. Unos prefieren sentarse tranquilamente a escuchar y otros prefieren moverse, tiene sentido. Estas preferencias son reales. Desafortunadamente, la naturaleza del aprendizaje es muchísimo más compleja de lo que esta explicación sugiere. El matiz viene del malentendido entre “preferir” un modo que “aprender” de manera diferente en cada modo. Las preferencias son reales, igual que en la música o el cine. Algunos prefieren las comedias románticas y otros el cine de terror. Sin embargo, y esto es clave, al que le gustan las comedias románticas no procesa las imágenes y el sonido de manera diferente del que prefiere el cine de terror. Procesan las imágenes y el sonido utilizando los mismos mecanismos cognitivos. Construyen significado basándose en sus conocimientos previos, y recuerdan la trama utilizando los mismos mecanismos de la memoria. No hay ninguna evidencia de que los “visuales” procesen la información visual de manera diferente a los “auditivos”. Es importante aclarar, finalmente, que la presentación de los materiales sí que influye en la motivación y disposición de los estudiantes para aprender. Las preferencias deben ser tenidas en cuenta en este sentido. Pero dos alumnas igualmente motivadas, con similar conocimiento previo y ganas de aprender no difieren en ningún estilo de aprendizaje.
Otro atractivo zombie es el tema de las soluciones simples a problemas complejos. ¿Por qué algunos tienen éxito y otros fracasan en la escuela? Es una respuesta con multitud de variables: oportunidades educativas, apoyo en casa, hábitos de trabajo, capacidad de autorregulación… Si pasamos un cuestionario que identifica los estilos de aprendizaje preferentes de cada alumno y adaptamos la enseñanza en consecuencia tendremos la falsa sensación de que aprenden más y ponemos solución al problema. Desgraciadamente, se ha probado como ineficaz, por ejemplo en Pashler, McDaniel, Rohrer y Bjork, 2008. Mejorar el contexto socio-económico es mucho más eficaz (Blachman, 2013), pero evidentemente más costoso y excede los límites de la escuela.
Los zombies nunca mueren
Desgraciadamente, también sabemos que los educadores abrazamos a los zombies con pasión (Dekker, Lee, Howard-Jones y Jolles, 2012; Losh y Nzewke, 2011; Macdonald et al., 2017; Pashler et al., 2008). Sin ir más lejos, el mito de los estilos de aprendizaje es aceptado en un 76% de los docentes, según Simmonds, 2014. En nuestro entorno tenemos estudios similares como el que podéis leer
pinchando aquí de Marta Ferrero, Pablo Garaizar y Miguel A. Vadillo.
Además de eso, la falta de conocimiento acerca de cómo se genera la investigación educativa y la validez de su método impide la disposición a pensar críticamente. Esto es lo que previamente hemos llamado cambio “epistémico”: cómo la gente adquiere, comprende, justifica, cambia y utiliza el conocimiento en contextos formales e informales” (Greene, Sandoval y Bräten, 2016).
De esta forma, los zombies pueden perdurar gracias a la pereza, el desinterés o simplemente a las limitaciones de tiempo y energía para dedicarse a la complejidad de muchos problemas educativos.
Otro factor importante en la pervivencia de estos zombies es que ofrecen explicaciones no sólo sobre nuestros estudiantes, sino nosotros mismos. Muchos docentes que tuvieron dificultades como alumnos encuentran un argumento sencillo a sus problemas pasados. Estas dificultades probablemente fueran reales, pero no se solucionan recurriendo a estas argumentaciones erróneas.
¿Dónde habitan los zombies?
Muchos de nosotros afirmamos que habitan principalmente en un contexto informal, como puede ser internet (Schwier, 2012). Sin embargo, muchos estudios citados anteriormente (Dekker, Lee, Howard-Jones y Jolles, 2012; Losh y Nzewke, 2011; Macdonald et al., 2017) y el de Furnham y Hughes de 2014 muestran que los zombies también se perpetúan en contextos formales. En este último caso vemos cómo los estudiantes de psicología muestran unas tasas de falsas creencias en neuromitos parecidas a las del público general. Más que para desmontar, la educación formal parece que los propaga. Por ejemplo, Philip Newton (2015) analizó bases de datos científicas para encontrar que una mayoría abrumadora de los estudios se apoyaban implícita o explícitamente en el uso de los estilos de aprendizaje. Es una constatación más de la amplia difusión que tienen incluso entre los formadores de formadores.
Por último no podemos dejar de citar a los mitos que perviven gracias al interés comercial de algunas empresas. El caso más famoso es el ya citado Baby Einstein, basado en el efecto Mozart y que fue comprado por Disney en 2001 por un total de 25 millones de dólares.
La guerra contra los zombies
Hemos argumentado que las falsas creencias son longevas, atractivas y expansivas. Sin embargo, hay muchos mecanismos que podemos emplear en nuestra defensa y que serán el objeto de varias entradas dedicadas al libro. Por ir presentándolas, hablaremos brevemente de ellas.
El fact-checking
Aunque no son muchas, empiezan a proliferar páginas dedicadas a almacenar pruebas científicas exclusivamente educativas. Algunas de las más conocidas son el “What Works Clearinghouse” (ies.ed.gov/ncee/wwc) o el “National Education Policy Center” (npc.colorado.edu). Podéis acceder pinchando en sus nombres.
Textos de refutación
Los textos de refutación presentan una estructura en tres partes diseñada para:
- Explicitar la falsa creencia
- Sugerir que la creencia es falsa
- Aportar la explicación correcta junto con explicaciones y pruebas
Esta aproximación está siendo bastante investigada (Tippet, 2010; Guzzetti, 1993) incluso también por Marta Ferrero y Miguel A. Vadillo en otro artículo muy recomendable que
tenéis aquí. Recientemente Aguilar, Polikoff y Sinatra (2019) han demostrado que pueden ser un instrumento útil.
Aproximaciones de aula
Los autores acaban este capítulo defendiendo la enseñanza de un verdadero pensamiento crítico en la escuela. Este pensamiento crítico incluye comprender cómo comprobar el origen de la información, la comprobación de hechos, evaluar las pruebas a favor y en contra… En resumen, se trata de ser capaz de juzgar la plausibilidad de la información. ¿Cómo de plausible es? Por ejemplo, proponen que los estudiantes lleven a cabo su propia investigación sobre un mito educativo. De esta forma les implicamos en el tipo de pensamiento profundo acerca de cómo ellos mismos aprenden y evalúan lo que aprenden, promoviendo un cambio conceptual necesario (Sinatra y Chinn, 2011).
Acabamos aquí la primera entrada dedicada a este libro tan sugerente. Como habéis podido leer, vamos a profundizar en temas ya tratados en el blog como los mitos educativos. Esta reflexión sirve en un doble sentido: primero hacia nosotros mismos y qué evaluamos como información veraz; y segundo como docentes interesados en fomentar el pensamiento crítico e "inmunizar" contra la desinformación en nuestros alumnos y alumnas.
Os espero en las siguientes entradas.